Una resolución renovable
Cuando la abogada Vanessa Carballido Clerch y su esposo Francisco Laboy Colondres decidieron lanzar una empresa en Puerto Rico para abordar la necesidad de energía confiable y de bajo costo, inicialmente jugaron a lo seguro; Vanessa mantuvo su empleo regular, reacia a perder la seguridad que implicaba. El huracán María probó aún más su deseo de ser empresaria. Para explicar sus miedos y su decisión final, recuerda una decisión crucial que tomó su propio padre 30 años antes.
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Cada mes, nuestra serie Journeys of Innovation cuenta las historias de inventores o emprendedores que han marcado una diferencia positiva en el mundo. Este mes, la crónica de Axel Alfaro Hernández se enfoca en Vanessa Carballido Clerch y Francisco Laboy Colondres, un matrimonio emprendedor que superó dificultades personales y tragedias ambientales para lanzar una empresa emergente destinada a abordar la necesidad de energía confiable y de bajo costo en Puerto Rico. Para más historias de innovadores de herencia hispana, visite Inventores y emprendedores hispanos.
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La mañana del 20 de septiembre de 2017, cuando el rugido del huracán María había dado paso a un silencio ominoso bajo un cielo nublado, Vanessa Carballido Clerch y sus padres atravesaban una calle residencial en Guaynabo, un suburbio de San Juan, Puerto Rico, de regreso a la casa que habían evacuado en medio de la noche.
Carballido Clerch y su esposo, Francisco Laboy Colondres, habían decidido que ella y su hijo de siete años pasarían la tormenta en la casa de sus padres en Guaynabo, creyendo que sería más segura que el apartamento de la familia cerca del mar.
Pero durante la noche había comenzado a filtrarse agua en la casa. Carballido y su prima corrieron de un lado a otro, apresuradamente desenchufando aparatos electrónicos, apagando los interruptores y colocando pasaportes y otros artículos esenciales en las mesas mientras las aguas residuales (podían reconocer lo que eran por su hedor) seguían subiendo. (Después sabrían que una tubería de drenaje había quedado obstruida con hojas y escombros, lo que había causado que las alcantarillas se desbordaran). Muebles y objetos domésticos cotidianos flotaban por toda la casa. Afuera, los vientos de 155 mph golpeaban las ventanas y doblaban los árboles. La idea de salir en el huracán categoría 4 era aterradora, pero sabían que no podían quedarse adentro.
Cuando salieron de la casa, el agua llegaba al pecho de Carballido Clerch. Ella sostenía al perro de sus padres mientras su prima, más alta, cargaba al hijo de Carballido Clerch sobre sus hombros para mantenerlo fuera del agua sucia. Todos formaron una cadena humana, tratando de estabilizarse entre sí bajo el embate del viento y el agua torrencial. A su alrededor volaban escombros, incluyendo cables sueltos de líneas eléctricas que afortunadamente habían dejado de funcionar horas antes. Un vecino se unió a ellos y continuaron calle arriba para refugiarse en la casa de otro vecino en un terreno más alto.
Después de una noche de desconexión casi total del mundo (las torres telefónicas se habían quedado sin energía durante el huracán), la familia Carballido Clerch, como muchas en Puerto Rico, salió esa mañana del 20 de septiembre de 2017 sin saber aún la impactante magnitud del daño que encontraría.
Durante los meses siguientes, el colapso total de la infraestructura de la isla conduciría a una profunda crisis humanitaria, con un número de muertos que ascendería a 2,975 según la prolongada falta de energía continuaba afectando instalaciones críticas como hospitales y residencias de ancianos.
Las aguas habían retrocedido, pero los padres de Carballido Clerch lo habían perdido todo. Sus muebles, sus electrodomésticos, sus aparatos electrónicos, sus dos autos, todo estaba destruido. Todas sus pertenencias personales se habían convertido en desechos para recoger en bolsas y amontonar en la acera para los recolectores de basura. Carballido Clerch pasó el mes siguiente con sus padres, tirando todo lo que tenían, limpiando minuciosamente la casa para que volviera a ser habitable, y pacientemente rescatando lo que podían.
Para cualquier familia, esto hubiera sido una pérdida indescriptible, pero, para sumar al dolor, la mayoría de las pocas y preciadas pertenencias que habían podido traer de Cuba unos 30 años antes estaban entre los artículos destruidos: álbumes de fotos; libros antiguos, incluidas las primeras ediciones de libros escritos por su abuelo… Gran parte de su historia había sido arrastrada por la tormenta.
Los artículos que sobrevivieron, colocados afuera a secarse bajo el sol, incluían algunas fotografías. Una era la última fotografía tomada de la familia junta en Cuba, sentados alrededor de una mesa en un famoso restaurante de La Habana llamado La Bodeguita del Medio. Notablemente, aunque la imagen es de principios de la década de 1990, es en blanco y negro, como si hubieran pasado décadas entre ella y las fotos familiares tomadas solo unos años después en Puerto Rico; como si fueran dos vidas diferentes.
El padre de Carballido Clerch, Jorge Carballido, había huido de Cuba a Puerto Rico en 1991, convencido de que allí su familia tendría un futuro mejor.
En los días después de María, según se daban cuenta de la magnitud de los daños en toda la isla, Carballido Clerch se preguntó si también tendría que dejarlo todo, según contaría después. Desde el año anterior, ella y Laboy Colondres intentaban lanzar una empresa emergente de energía renovable. Como muchas familias puertorriqueñas, recibían altas facturas de luz todos los meses. Según la Administración de Información Energética de Estados Unidos, los hogares en Puerto Rico pagan mucho más por kilovatio hora que en los Estados Unidos, los comercios pagan justo más del doble y las industrias casi el triple. En una isla con, en aquel momento, el 44 % de sus residentes viviendo por debajo del nivel de pobreza, una tasa de desempleo de casi el 12 % y una población en constante disminución, los costos de energía obstaculizan la capacidad de las empresas nuevas y existentes para prosperar, y de la isla para atraer nuevos negocios e industrias.
Laboy Colondres y Carballido Clerch pensaron que podrían crear algo para abordar este problema. Imaginaban un negocio que proporcionaría una alternativa a la costosa red energética de la isla, suministrando a los clientes microrredes, o sistemas de energía locales a pequeña escala que suelen depender (alrededor del 90 % de ellos) de fuentes renovables como la energía solar, la eólica (de viento) o la hidráulica. Las microrredes pueden energizar un edificio, como una casa o una escuela, o varios, como un vecindario o un parque industrial. Incluso pueden conectarse entre sí, creando sistemas de redes de energía descentralizadas que pueden energizar a comunidades enteras.
Sin embargo, por lo general, las microrredes también están conectadas a la red principal de un área y se utilizan principalmente para lo que se conoce como "medición neta": para exportar energía a la red principal a cambio de créditos fiscales. Solo se espera que estos sistemas funcionen de forma independiente en caso de un apagón, o en algunos casos incluso carecen de baterías para almacenar energía y son completamente inútiles sin la red principal, de modo que algunos hogares con costosos sistemas de energía solar quedan en la misma oscuridad que sus vecinos cuando falla el sistema eléctrico.
Como explicó Laboy Colondres, quien es ingeniero de telecomunicaciones, él consideraba que los avances recientes en la tecnología de baterías, en particular la llegada de las baterías de litio, les permitirían distinguirse de la competencia ofreciendo soluciones completamente independientes de la red. Con esta tecnología, podrían desconectar a sus clientes de la costosa red de la isla y hacerlos completamente autosuficientes. Laboy Colondres ya había creado y vendido una empresa una vez. Carballido Clerch, como abogada de propiedad intelectual, había ayudado a emprendedores e innovadores a proteger sus ideas, y le atraía la idea de crear algo propio y de hacer algo que mejorara directamente la vida de las personas. Pero le preocupaba el riesgo, ya que ninguno tenía experiencia relacionada con el desarrollo energético.
“Francisco no le tiene aversión al riesgo en absoluto, tiene esa capacidad de ser atrevido. Pero yo no".
Explicó que contemplaba la seguridad a la que estaría renunciando junto con su trabajo, incluido su seguro médico, 401(k) y un salario fijo.
Según Carballido Clerch lo ve ahora, parte de su cautela también radicaba en su historia personal.
Los años que siguieron a la deserción de su padre de Cuba fueron difíciles para toda la familia. Su licencia médica no fue aceptada en Puerto Rico, por lo que, después de ejercer la medicina durante más de 20 años, tuvo que volver a inscribirse en la escuela de medicina y finalmente aprobar por segunda vez exámenes de reválida. Mientras su padre completaba su segunda residencia médica, la niña de entonces 13 años luchaba por adaptarse a su nuevo hogar.
“No tenía amigos. Todos mis amigos estaban [en Cuba], mis primos estaban allí”, dijo Carballido Clerch.
También recordó el desafío de tomar cursos de inglés por primera vez.
“Yo era muy buena estudiante, pero no hablaba ni una pizca de inglés”, dijo Carballido Clerch.
Mientras que la mayoría de sus compañeros habían estudiado inglés desde preescolar y hablaban el idioma con soltura, ella tenía que leer los textos literarios con un diccionario siempre a su lado. Tampoco tenían una computadora en casa, por lo que escribía todos sus trabajos escolares con una máquina de escribir. Cuando cometía un error, volvía a escribir todo por temor a que su maestra la penalizara por entregar un trabajo con correcciones a mano que sus compañeros no necesitaban hacer.
De esa forma, Carballido Clerch y su padre compartieron la experiencia de tener que esforzarse el doble que sus compañeros por el mismo resultado. Según cuenta ahora, esas experiencias la hicieron más cautelosa, y al principio emprendieron su negocio con mucho cuidado. Mantuvo su trabajo como abogada de propiedad intelectual mientras aprendía sobre la industria de las energías renovables durante su tiempo libre. Al igual que esa niña de 13 años que tomaba sus primeros cursos de inglés años atrás, estaba aplicándose para aprender con paciencia algo que no le era familiar.
Aun así, a principios de septiembre de 2017, Carballido Clerch y Laboy Colondres ya estaban en contacto con empresas que proporcionaban paneles solares y baterías. Cuando el huracán Irma azotó el Caribe pero dejó a la mayor parte de Puerto Rico relativamente estable, pasando al norte de la isla con vientos máximos de 55 mph, lograron que algunas de estas empresas donaran equipos para enviar a San Martín y a las Islas Vírgenes Británicas y Estadounidenses, todas devastadas por el huracán Irma.
Sin embargo, cuando estaban a punto de recibir esas donaciones, solo unas semanas después, llegó el huracán María, y todo cambió. De repente, satisfacer las necesidades más simples en Puerto Rico —muchos menos tratar de iniciar un negocio— requería esfuerzo y tiempo adicionales. ¿Tendrían que olvidarse de lanzar su empresa? Muchos puertorriqueños estaban huyendo de la crisis y mudándose a los estados, donde Carballido Clerch y Laboy Colondres habían vivido antes y sabían que podían conseguir buenos trabajos. ¿Abandonaría ella, como su padre, la isla que había llegado a considerar como su hogar?
“Nos sentamos y tuvimos que tener una conversación muy honesta sobre si queríamos quedarnos en Puerto Rico y continuar esto. Realmente puso a prueba nuestro deseo de ser emprendedores y nuestra fe en nosotros mismos y en lo que queríamos hacer”.
Pero su padre también había demostrado que valía la pena aceptar la incertidumbre y trabajar duro por la promesa de un futuro mejor. Y ella ya sabía que tenía en ella la capacidad de adaptarse. Sintieron que su empresa era más necesaria que nunca para el pueblo de Puerto Rico, así que pusieron manos a la obra.
Los meses después de María se convirtieron en lo que los medios de comunicación describieron como el peor apagón en la historia de los EE. UU.; la mayor parte de la isla recobró la luz muy lentamente, a lo largo de meses. Pero durante ese tiempo, en asociación con organizaciones sin fines de lucro y ONG, Carballido Clerch y Laboy Colondres ayudaron a instalar más de 200 microrredes en toda la isla, principalmente en áreas remotas en el campo, proporcionando electricidad en comunidades que tal vez no hubieran recibido energía durante mucho tiempo. La urgencia de este trabajo de socorro también resultó ser un entrenamiento vital, ayudándolos a adquirir experiencia rápida, lo que Carballido Clerch llamó su “bautismo de fuego”. Su compañía, Genmoji, nació oficialmente.
Comenzaron a usar el nombre durante esos meses de trabajo de socorro. Carballido Clerch y Laboy Colondres querían un nombre que no solo fuera pegadizo y comercializable, sino registrable como marca.
“Para mí personalmente, que vengo de un trasfondo de propiedad intelectual, y para nosotros como empresa, era muy importante utilizar las herramientas que nos brinda la ley de propiedad intelectual de los Estados Unidos”, dijo Carballido Clerch.
Necesitaban un nombre que fuera "arbitrario y distintivo" dentro de su mercado, explicó, para que la Oficina de Patentes y Marcas Registradas de los Estados Unidos no rechazara inicialmente el registro de la marca por riesgo de confusión.
Laboy Colondres propuso el nombre, un acrónimo de “generación” —con doble significado: la producción de energía y el sustantivo que se refiere a grupos de personas nacidas durante el mismo periodo de tiempo— y “emoji”, como una alusión lúdica a la manera como percibimos a los demás en el mundo digital.
“Queríamos presentarnos como una empresa que quería cambiar la percepción generacional y liderar hacia un futuro más limpio y renovable... [El nombre] nos ha servido de manera asombrosa”.
Ambos cofundadores describieron cómo las personas reconocían las camionetas de la empresa y, por su nombre único, preguntaban de dónde venían.
“Es un nombre que se queda con la gente. Si algo ilustra el poder de una marca registrada y lo importante que es elegir la marca correcta, Genmoji es un ejemplo”, dijo Carballido Clerch.
Después de unos meses, según la gente veía los camiones con el logo de Genmoji alrededor de la isla y se corría la voz sobre ellos, comenzaron a contactarlos posibles clientes comerciales. Gracias a la exposición pública de la empresa, firmaron contrato con su primer cliente en abril de 2018, aunque seguirían haciendo algo de trabajo humanitario por unos meses más.
“Comenzamos como un integrador, como una empresa normal que instala paneles solares, almacenamiento y baterías”, explicó Laboy Colondres.
Eso no significaba que no estuvieran innovando.
Aunque los integradores como Genmoji obtienen sus equipos de fabricantes, parte de su trabajo es el diseño de ingeniería: descubrir cómo seleccionar e integrar los diferentes componentes de las microrredes que instalarán, como paneles solares y baterías, para obtener los resultados más eficientes de las condiciones climáticas y atmosféricas esperadas. Desde el principio, Laboy Colondres desarrolló fórmulas que considera más adecuadas para el entorno de la isla y para sistemas completamente independientes como el de Genmoji que las producidas por las herramientas de software existentes. Consideran que estas fórmulas son secretos comerciales, y Carballido Clerch ha incorporado su protección en sus contratos comerciales.
Como abogada de propiedad intelectual, Carballido Clerch entiende la importancia de ser dueños de sus propios productos.
“Queríamos innovar, no solo instalar sistemas”, explicó. “Así que comenzamos a buscar áreas en las que pudiéramos innovar dentro del espacio de las energías renovables”.
Al principio, trabajaron en intercambios de eficiencia energética, pensando en métodos para que las empresas de energía proporcionen actualizaciones a los dispositivos inteligentes conectados a sus redes para hacerlos más eficientes energéticamente, y para que los dispositivos inteligentes del mismo modelo aprendan las eficiencias adquiridas entre sí.
“El resultado deseado sería que una cantidad significativa de dispositivos inteligentes crearan una eficiencia energética unificada durante las horas pico, lo que resultaría en una reducción sustancial del consumo de energía. Esto ayudaría al operador de la red a cumplir con los mandatos federales de emisiones y consumo de energía”, explicó Laboy Colondres.
Presentaron su proyecto de intercambio de eficiencia energética en la Cumbre Global de Emprendimiento de 2019 en La Haya, un evento organizado por el Departamento de Estado de EE. UU. y el Ministerio de Asuntos Económicos de los Países Bajos, y estuvieron entre las 700 empresas aceptadas. El evento permitió a las empresas seleccionadas exhibir sus servicios, encontrar oportunidades de colaboración con otras empresas emergentes alrededor del mundo, y tener reuniones uno a uno con directores y personal de alto rango de algunas de las empresas más grandes del mundo.
Carballido Clerch y Laboy Colondres presentaron su idea a algunos directores ejecutivos de empresas Fortune 500. Durante una de esas conversaciones, Kees Koolen, fundador y director general de Koolen Industries, una empresa de inversión en el campo de la “tecnología limpia”, mostró interés por la situación energética actual en Puerto Rico. Esa conversación los ayudó a encontrar “el problema correcto para abordar”, explicó Laboy Colondres. Con este apoyo, se dieron cuenta de que estaban más interesados en el problema de la intermitencia de las energías renovables: el hecho, citado a menudo por los críticos de las energías renovables, de que fuentes como la eólica y la solar no generan energía las 24 horas del día. Decidieron trabajar en la reducción de las interrupciones en la producción de energía cuando se utilizan recursos renovables. Koolen les ofreció su apoyo como consultor y asesor.
Desde 2019, Genmoji ha estado desarrollando su propio aerogenerador, el cual puede energizar comunidades y edificios comerciales e industriales —lo que ellos llaman un aerogenerador de microrred, por su tamaño sustancialmente más pequeño—. Después de dos años y medio, su último prototipo está casi listo para salir al mercado. Ambos han financiado su investigación y desarrollo ellos mismos, con las ganancias del lado de integración del negocio.
“Tener que [invertir] nuestro propio dinero realmente fue un desafío, y realmente tienes que creer en lo que estás haciendo, porque son tus propios recursos los que estás poniendo en juego”, dijo Carballido Clerch. “Especialmente en Puerto Rico, donde no tienes la estructura de Silicon Valley para las empresas emergentes, es muy difícil recaudar fondos, es muy difícil incluso ser atractivo para el capital de riesgo o los inversionistas”.
Carballido Clerch y Laboy Colondres dijeron que planean solicitar pronto una patente para su nuevo aerogenerador, inicialmente en Estados Unidos y luego en España y México. También van a solicitar el registro federal como marca del nombre de ese producto. La pareja ya tiene dos marcas registradas: además del nombre de su empresa, registraron Airmoji, el nombre de marca de su aerogenerador anterior.
“La propiedad intelectual es un gran componente de lo que hacemos, y somos muy celosos de nuestra protección de propiedad intelectual”.
El aerogenerador pronto se someterá a pruebas de rendimiento en Tarifa, España, una región conocida por sus vientos extremos, para ver cómo soporta condiciones climáticas fuertes y sostenidas. Idealmente, demostrará ser suficientemente fuerte para soportar futuros huracanes, en Puerto Rico o en cualquier otro lugar.
Un principio que ha guiado a Carballido Clerch y Laboy Colondres es que los esfuerzos de recuperación por sí solos no abordan los problemas estructurales subyacentes. Después del huracán, reconectar a las personas a la red eléctrica costosa e inestable siempre fue solo una solución temporal. El huracán María mostró el peligro de depender de esa red, y el año pasado, el 18 de septiembre, Puerto Rico fue azotado por otro huracán, Fiona.
Carballido Clerch y Laboy Colondres quieren tener un impacto significativo y duradero, y creen que una forma de hacerlo es ayudar a impulsar la creación de cooperativas de energía, sistemas descentralizados en los que comunidades con microrredes independientes pero interconectadas puedan generar su propia energía, compartiendo la producción entre todos los usuarios, en lugar de depender de una central eléctrica a millas de distancia.
“De esta manera, estás creando una gran resiliencia energética, creando lo que se llama centrales eléctricas virtuales, donde si un sector se queda sin luz, puedes depender de otros sectores para energizarlo de inmediato, y esto sucede sin que nadie se dé cuenta”, explicó Laboy Colondres.
Él opina que una gran ventaja que tiene Puerto Rico para crear este modelo es la presencia, en toda la isla, de plantas farmacéuticas y fábricas propiedad de empresas multinacionales con crédito AAA. Según Laboy Colondres, estas empresas a menudo tienen metas de gestión ambiental muy ambiciosas, que les obligan a avanzar hacia el uso casi total de energía renovable en un futuro próximo, ya sea mediante la producción o mediante la compra.
Genmoji incluso proporciona lo que ellos llaman una solución de recuperación de aire forzado: su aerogenerador se puede instalar al final de salidas de escape, donde puede alimentarse del aire que sale de máquinas como enfriadores industriales y acondicionadores de aire.
“Al reciclar la energía de esas fuentes de frío o calor, esos [edificios podrían volverse] 100 % neutrales desde el punto de vista energético”, dijo Laboy Colondres.
“Vemos un gran potencial en este modelo en que una planta farmacéutica dentro de un pueblo sea la principal compradora de la energía que se produce en toda esa comunidad. Es decir, que la entidad se compromete a comprar todos los electrones sobrantes de cada casa, de cada negocio, de cada edificio de gobierno, porque los necesita. Esto luego proporciona un crédito a cada usuario de la red, que se convierte en un subsidio de luz, lo que hace que la energía sea mucho más rentable”, explicó Laboy Colondres.
Y la creación de estas buenas comunidades con una gran infraestructura energética a su vez atraería a más empresas, por lo que las cooperativas de energía que comenzaran con un comprador principal de energía podrían crecer para incluir múltiples empresas que compran y producen energía, lo que haría que todo el modelo fuera mucho más viable y costo-eficaz.
"En este momento, todas las compañías farmacéuticas y las grandes fábricas multinacionales aquí están invirtiendo en cogeneración", dijo Laboy Colondres, y señaló que, lamentablemente, a medida que más empresas se desconecten de la red, LUMA Energy, la empresa que actualmente administra la energía y ha aumentado continuamente los costos de luz para los puertorriqueños desde que asumió el control en 2021, verá disminuir su participación de mercado y continuará aumentando los precios.
“El proceso de reconstrucción de la red eléctrica en Puerto Rico ha sido bastante accidentado. Se han gastado un poco más de dos mil millones de dólares, y honestamente la concentración de esas mejoras ha sido alrededor del área metropolitana”, dijo Laboy Colondres, explicando que, en la mayor parte de la isla, la red está muy débil.
Debido a esos costos crecientes y la continua inestabilidad de la red (la frecuencia de los apagones aumentó cuando LUMA tomó el control), el interés de los puertorriqueños por desconectarse de la red sigue aumentando, aunque no todos pueden costearlo.
Hasta ahora, Genmoji solo ha estado involucrado en proyectos públicos de microrredes para comunidades. Pero la compañía está a punto de cerrar su primer proyecto de microrred más grande con una entidad privada, una buena señal de que la visión más amplia de los fundadores, que las cooperativas de energía sean accesibles incluso para las comunidades desatendidas, podría estar más cerca de la realidad.
Carballido Clerch y Laboy Colondres también trabajan con la organización sin fines de lucro Solar Libre, que brinda capacitación y certificaciones para mujeres que desean aprender a instalar microrredes y comenzar sus propios negocios de energía solar. Genmoji contrata regularmente a mujeres del programa de aprendices de Solar Libre, brindándoles la experiencia práctica que necesitan para obtener sus certificaciones.
Al decidir quedarse en Puerto Rico y comenzar su negocio, es posible que Carballido Clerch y Laboy Colondres hayan facilitado que otros hagan lo mismo. Carballido Clerch sabe que todavía no es fácil.
“Las dos cosas que más me han hecho crecer como persona han sido ser madre y dar a luz a una empresa. Porque realmente pone a prueba tus límites en todos los sentidos, recorres toda la gama de emociones, te frustra… Es muy gratificante pero es muy desafiante, especialmente los primeros años. Realmente puso a prueba mi capacidad para soportar riesgos y cambios, y aguantar los golpes, y aprender a fallar, porque nadie nos enseña a fallar”.
Pero tiene palabras de aliento para las personas que temen los riesgos de emprender un nuevo negocio.
“Creo que debemos derribar ese mito, que ser emprendedor no lleva a cosas buenas, a la estabilidad, diciendo, sí, puedes hacerlo. Si yo lo hice, y soy increíblemente reacia al riesgo, cualquiera puede hacerlo”, dijo Carballido Clerch.
Créditos
Producido por la Oficina del Director de Comunicaciones de la USPTO. Para preguntas o comentarios, favor de contactar a inventorstories@uspto.gov.
Artículo por Áxel Alfaro Hernández. Contribuciones adicionales de Whitney Pandil-Eaton, Jay Premack y Claudia Herrero. Agradecimiento especial a Vanessa Carballido Clerch y Francisco Laboy Colondres.
Referencias
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